Visitaaas

sábado, 3 de marzo de 2012

Boo (Historia de Terror)

Otra historia de http://kruela.ciberanika.com (en verdad se llamaba "Miedo" pero le he cambiado el nombre porque "Boo" es mas apropiado...Si leeis la historia entendereis porque, también modifique algunas cosas, si quereis leer la verdadera id aqui: http://kruela.ciberanika.com/desktopdefault.aspx?seccion=1&itemid=59&titulo=&capitulo=1):


Era una noche particularmente oscura. Marcos estaba sentado en la sala de su amplia casona a orillas de un hermoso lago. Era, además, una casa enorme, con dos largas alas que se extendían hacia los lados y que albergaban suficientes dormitorios como para que durmiesen cómodamente 30 personas, una sala como para que todas esas se sentaran en varios sillones a leer o a ver televisión, un comedor igualmente grande y una cocina que requeriría al menos de unos 4 o 5 cocineros en caso de necesitar ocuparla completamente. En aquel momento, él estaba en la sala, leyendo un libro a la tenue luz de una linterna con pilas algo ya gastadas. Había estado lloviendo todo el día en una feroz tormenta que también había traído rayos, viento rugiente y truenos. Los postes de electricidad habían caído hacía varias horas ya con el viento, y el generador, que había funcionado sólo un par de horas, había sido un flaco consuelo. Por consecuencia de todo esto, el viento silbaba a través de los vidrios de los amplios ventanales de la sala que miraba hacia el lago, la noche estaba oscura como boca de lobo y el caer incesante de la lluvia contra las tablas del balcón producía un sonido constante y casi hipnotizante. Marcos, sin poder hacer nada más que leer, había tomado una linterna y había bajado a la sala desde su dormitorio en el ala oeste. Por qué lo había hecho, ni él lo sabía. Sólo le dieron ganas de aprovechar la lluvia y la noche oscura para leer.
De pronto, un rayo cayó en el lago frente al ventanal, haciéndolo saltar con la súbita iluminación de la sala completa y el trueno que parecía provenir de un lugar a pocos metros de él. Miró hacia todos los lados. La sala parecía estar sumergida bajo un manto de oscuridad impenetrable, con apenas una mancha de luz proveniente de la linterna que había resbalado de su mano derecha con el rayo. De pronto, notó que temblaba... le pareció haber visto movimiento en el ventanal. Pero no el movimiento de los árboles, o la lluvia, ni siquiera de algún pájaro kamikaze que decidiera volar con semejante tormenta... no, era algo más. Algo que parecía pertenecer ahí, y, a la vez, ser ajeno a todo aquello.
Podría jurar que era una mano huesuda apoyada en el vidrio...” susurró a la sala oscura y vacía, un hábito que había adquirido con el tiempo y la soledad. “Una mano huesuda, un brazo huesudo y una cara enjuta apoyada contra el vidrio... mirándome... sonriéndome...”
Un estremecimiento recorrió su cuerpo, seguido del erizamiento de su cabello y, finalmente, comenzó a sudar frío. Era como si alguien más hubiera susurrado esas palabras a la habitación vacía y oscura. Un áspero susurro que le sonó a soledad, a miedo, a muerte. Volvió a estremecerse, esta vez con la suficiente violencia como para resbalarse del sofá en el cual estaba sentado y arrojar el libro al suelo, pero se incorporó enseguida, temiendo que una mano huesuda apareciera debajo del mueble y le aferrara un tobillo con su frío toque, acompañado de un característico vaho putrefacto. Pero nada ocurrió. Ningún brazo bajo el sofá, ningún espíritu en la oscuridad.
Suspiró, aliviado, pero hasta ese suspiro le pareció forzado e irreal. Se sentó nuevamente, recogió su libro (aun esperando secretamente que la mano le agarrara la muñeca, lo cual, por supuesto, no sucedió) y la linterna. Dirigió el vacilante haz de luz hacia el ventanal, sólo para ver que el brazo y la mano huesudas no eran más que una rama de árbol azotada contra el vidrio y el rostro enjuto que le pareció que le sonreía en una mueca con los labios recogidos y enseñando los dientes no era más que un papel, posiblemente una revista, que había ido a parar al vidrio y se había mantenido ahí por la fuerza del viento. Suspiró nuevamente, esta vez con más naturalidad y alivio, y volvió a concentrarse en su libro... al menos, por un momento.
Súbitamente, la idea de que no estaba solo se arraigó en su cerebro que aún no se recuperaba del todo. Levantó la cabeza, alarmado, sintiendo que la temperatura del cuarto descendía al menos veinte grados de una sola vez. Podía sentir cómo su aliento salía en forma de vapor hacia el ambiente helado, cómo se le ponía la piel de gallina, cómo el ratón del pánico clavaba firmemente sus afilados colmillos en la mente de la víctima.
No estaba solo, pero no había nadie más en esa habitación. Tenía la inexplicable certeza de que lo que estaba con él no era algo que se pudiera tocar, ni golpear...
Un nuevo rayo hizo que volviera a saltar, su corazón latiendo como si fuera a salírsele del pecho. Dirigió automáticamente la mirada hacia el ventanal, donde volvió a ver el brazo huesudo, la mano y la cabeza, el rostro enjuto sonriéndole maliciosamente... una sonrisa diabólica, espeluznante, que helaba la sangre. La mano (porque ahora estaba seguro de que era una mano y no una rama) se levantó un poco y se movió sobre el vidrio, como saludándole.
Marcos retrocedió, tropezó contra el sofá y cayó de espaldas hacia atrás, sumiéndose en la más absoluta oscuridad. Su corazón latía cada vez más aprisa y se había golpeado la mano derecha contra el respaldo del sofá, la cual parecía latir al mismo pulso que su corazón y enviaba un dolor punzante por todo su brazo cada vez que lo hacía. Sin embargo, él no sentía aquéllo, ni le importaba.
Viene... viene por mí... ya no esta fuera... esta dentro... aquí dentro... Dios mío, esta aquí dentro...
Sus pensamientos daban vuelta de forma incoherente dentro de su cabeza, la rata del pánico clavando sus colmillos hasta las encías en su mente. Podía sentirlo traspasando el vidrio, sea lo que sea, flotando hacia el sofá, rodeándolo y inclinándose hacia él... Nunca antes en su vida su corazón había latido tan enérgicamente como ahora.
Otro oportuno rayo iluminó la sala. Esta vez, le mostró un rostro cadavérico, putrefacto, a escasos centímetros del suyo, contraído en una mueca de diversión perversa alimentada por el miedo de su víctima. Lo envolvió un vaho de maldad, de carne descompuesta y de, por qué no decirlo de nuevo, muerte. Podía ver el cráneo amarillento bajo la carne pegada al hueso, y en las cuencas vacías de los ojos le pareció distinguir un brillo de malicia y de odio indescriptibles. Fue ahí, en aquél momento de luz, cuando su corazón dejo de latir, congelando su rostro en una mueca de terror puro, con sus ojos abiertos desmesuradamente con la vista perdida en el techo para siempre. Se sintió caer y caer, en una negrura eterna... apenas alcanzando a distinguir una sola palabra pronunciada...
*********
A la mañana siguiente, dos policías estaban de pie en la amplia sala de estar, mirando el manojo de ramas de pino mojadas entre uno de los sofás y la pared sin poder deducir qué hacía ahí ni cómo había llegado. Al lado de las ramas, una manta blanca cubría el cuerpo inerte del propietario de la casa, quien había muerto de un paro cardíaco la noche anterior inexplicablemente.
Uno de los jóvenes policías pateó las ramas con la punta de su bota, preguntándose qué harían ahí. Al hacerlo, descubrió que la mancha de humedad en el suelo parecía decir algo... se agachó para distinguirla mejor, seguido por su compañero de trabajo.
“¿Qué dice?” el segundo policía preguntó al primero, mirando confuso el suelo.
“Dice ‘Boo’” el primero respondió, inmutable. No notó entonces que una rama, de la cual colgaba un grupo de piñas de pino, se volteó hacia él. Y las sombras producidas por las piñas parecía formar una boca riéndose con los labios estirados, enseñando los dientes.

Escrito por: FireClaw

No hay comentarios:

Publicar un comentario